30 de gen. 2010

Els meus socis són uns mandres.

L'un, jove i amb més força que un bou; l'altre, jubilat i sense més feina que rascar-se el melic cara a sol (amb camisa a daus, no cregueu). Doncs, bé. Entre l'un i l'altre, la casa per agranar. Així que he de ser jo, que faig més hores que en fa un rellotge, qui he d'entrar de tant en tant al bloc per tal de comunicar que encara formen part del món dels vius, que no ens hem refugiar en cap monestir tibetà ni hem anat a comprar un paquet de Bisontes al Brasil.
Aprofitant que V.K. em comunica l'últim premi atorgat a Juanjo Millás, com que sap que m'encanta la manera d'escriure d'aquest valencià afincat a Madrid, passe a copiar l'article  "Un adverbio se le ocurre a cualquiera" amb l'esperança que us agrade tant com a mi m'ha agradat.

'Un adverbio se le ocurre a cualquiera'

Hemingway cobraba los artículos por palabras. A tanto el término, lo mismo daba que fueran adjetivos que sustantivos, preposiciones que adverbios, conjunciones que artículos. No recuerdo de dónde saqué esa información, hace mil años (cuando ni siquiera sabía quién era Hemingway), pero me impresionó vivamente. En mi barrio había una tienda de ultramarinos, una mercería, una droguería, una panadería, una lechería… Pero no había ninguna tienda de palabras. ¿Por qué, tratándose de un negocio tan lucrativo, como demostraba el tal Hemingway? Para vender leche o pan, pensaba yo, era preciso depender de otros proveedores a los que lógicamente había que pagar, mientras que las palabras estaban al alcance de todos, en la calle o en el diccionario.

Imaginé entonces que ponía una tienda de palabras a la que la gente del barrio se acercaba después de comprar el pan. Sólo que yo las vendía a precios diferentes. Las más caras eran los sustantivos, porque sustantivo, suponía yo, venía de sustancia. Si la sustancia de una frase dependía de esta parte de la oración, lo lógico era que valiera más. Después del sustantivo venía el verbo y, tras el verbo, el adjetivo. A partir de ahí, los precios estaban tirados. Cuando un cliente, en mis fantasías, compraba tres sustantivos, le reglaba cuatro o cinco conjunciones, para fidelizarlo. Mi padre, que era agente comercial, utilizaba mucho el verbo fidelizar. ¿De dónde, si no, iba a sacar yo esa rareza gramatical? En mi tienda imaginaria había también un apartado de palabras inexistentes, para gente caprichosa o loca. Aún recuerdo algunas: copribato, rebogila, orgáfono, piscoteba, aguhueco, escopeja…

El negocio imaginario iba bien. Todo el mundo necesitaba mis palabras. Al poco de inaugurar la tienda tuve que contratar dos empleados porque no daba abasto. Luego compré el piso de arriba para ampliar el negocio, pues llegó un momento en el que la gente me pedía también frases. Puse en el sótano un taller con cuatro gramáticos que se pasaban el día construyendo oraciones. Las había de muchos precios, claro. Las frases hechas eran las más baratas. Recuerdo, entre las que tuvieron más éxito, en boca cerrada no entran moscas y no rascar bola, pero a mí me gustaban mucho también leerle a alguien la cartilla, ser un hueso duro de roer, chupar cámara, pelillos a la mar, o mi sastre es rico. El precio de las frases aumentaba a medida que resultaban menos comunes, o más raras. Por alguna razón que no llegué a entender, había mucha demanda de frases absurdas. Me duelen los zapatos, por ejemplo, los espejos fabrican harina orgánica, o las cremalleras son menos sentimentales que los botones. Con el tiempo tuve que crear un departamento dedicado de manera exclusiva a la construcción de frases absurdas.

La idea de la tienda de palabras y frases me resultó muy liberadora, pues siempre pensé que ganarse la vida era condenadamente difícil. El mayor miedo de mi infancia era el de acabar en una esquina, vendiendo pañuelos de papel. Un día que mi madre, tras suspirar con expresión de lástima, se preguntó en voz alta qué iba a ser de mí, le dije que no se preocupara, pues había decidido que iba a poner una tienda de palabras. Tras meditar unos instantes, me dijo que eso era un disparate y que debía poner mis energías en cuestiones prácticas. Ahí acabó mi sueño de vender palabras. Luego, de mayor, comprobé que los anuncios por palabras constituían un capítulo muy importante en la cuenta de resultados de los periódicos. Pero no le dije nada a mamá, para que no se sintiera culpable.

De todos modos, acabé viviendo de las palabras. No tengo una tienda abierta al público, tal como soñaba entonces, pero me levanto por las mañanas, las ordeno en un papel, las envío al periódico o a la editorial y me pagan por ellas. A tanto la pieza. Una pieza es un artículo. El término pieza se utiliza también entre los cazadores para denominar a los animales abatidos. La semejanza es correcta, pues escribir un texto se parece mucho a cazarlo. De hecho, con frecuencia se nos escapa. La otra noche, en la cama, con los ojos cerrados, pasó volando por mi bóveda craneal un artículo estupendo. Me levanté, cogí un cuaderno que tengo en la mesilla, apunté con el bolígrafo, pero la pieza había desaparecido. Desde la utilización masiva de los ordenadores, contamos los artículos por palabras. Éste que están ustedes leyendo tendrá unas 4.700. Puedo calcular a cuánto me sale la palabra y decir que cobro en plan Hemingway. Pero me sigue pareciendo mal que me paguen lo mismo por un sustantivo que por un adverbio. Un adverbio se le ocurre a cualquiera.


Espere que els mandres dels meus socis facen l'esforç sobrehumà d'alçar-se de la cadira i entren, de tant en tant, en aquest bloc, Les tres ben tocades que, pel que sembla, ni en són tres ni estan tan ben tocades.

6 de gen. 2010

Regal de reis

I mira que resulta fàcil regalar un llibre, uns calcetins o alguna cosa facileta. Doncs, no. Atifells amb un llibre d'instruccions que sembla una enciclopèdia Sopena críptica: portafotos digital (o com es diga l'aparell que passa fotos, una rere l'altra, com si anaren en processó.) Primer pas, cal engegar-lo. Fet. Segon pas, incorporar una targeta de memòria amb les fotos que vols que hi apareguen. Ostres! He de llevar la targeta de la càmera fotogràfica? Sí. D'acord. Anem enllà. Tercer pas, col·locar la targeteta. On? En quin forat, vull dir? "Quite las pestañas". Quines? Les meues? Quina relació tindran les meues parpelles amb aquest aparell? No. Cal arrencar les tres planxetes negres que queden a la dreta, segons es mira de cara el portafotos. Fet. Ara resulta que cap dels forats va bé per a la targeta de la càmera. "Nota: tarjetas compactflash, sd card i mini sd card". D'acord. Potser, la càmera Finefix, aquella de segona mà que pesa un quintar, porte aquest tipus de targeta. Anem enllà. Perfecte. Aquesta sí que cap. Quart pas, seleccione les fotos que desitge i incorpore-les a la targeta. Mmmm...Ho entenc. Engegue la càmera i..., resulta que les piles estan esgotades. No passa res. Com que són recarreglables, les fique dins del carregador i ja està. I el carregador? Per on para el carregador de la càmera de segona mà que ja no empre perquè em desllomava cada vegada que l'emprava? Ah, sí! A l'últim calaix on tinc els fils que no sé per a què aprofiten. Ja t'he trobat, maleït carregador! Ara, a seleccionar fotos. I quines fique? La dels néts, és clar. No, no, que en aquesta Arnau no ha eixit bé. Ui, aquesta tampoc, que Pau sembla embadocat. D'acord, aquesta sí, i aquesta, aquesta, aquesta, aquesta... Cinqué pas, crea una carpeta nova en l'ordinata, connecta el fil que va a la càmera de segona mà...Quin fil? El que té dues cabotetes distintes? Exacte. No, no, aquest no, que té una caboteta que no entra. L'altra, sí, que és USB...No he passat del cinqué pas. Demà, si no em desperte de mala bava, potser seguisca amb aquest regal de reis. Deixe tots els fils vàlids, invàlids, útils, inútils, les càmeres, les memòries, les caixetes de cartró, el llibre d'instruccions i el portafotos electrònic ( o com es diga) escampats per terra. Tanque la porta i agafe el llibre de Najat El Hachmi, "L'últim patriarca" amb la intenció de rematar-lo. En el seu moment em va semblar fort, però fort. Però, comparat amb la proesa que he intentat amb el regal de reis, em sembla un berenaret. I mira que resulta fàcil regalar, per exemple, un llibre. L'obris, captes el perfum de les pàgines i a llegir. I sense llibres d'instruccions ni res que s'assemble.